La sonrisa de São Paulo


Un día, caminando apurada porque llegaba tarde a la universidad, a la altura del piso, una antigua toma de agua me sonrió. Una sonrisa grande, caricaturesca, mágica, en blanco y negro. Unos ojos picarones me miraban sin que la sonrisa amplia se borrase de ese rostro rojo de metal fuerte, de tempestades y soles, motivo de tropiezos y posible banco de espera.

¿Por qué me sonríe? ¿Qué sabrá de mí, de mi viaje? ¿Quién le habrá dibujado, estampado esa mímica alegre? ¿La estaré viendo yo sola, a alguien más le sonreirá y le llamará la atención? ¿Desde hace cuánto tiempo sonríe? ¿Por qué soy yo la que ahora sonríe?

Las sonrisas se devuelven, es un hecho. Aminoré el paso y sonreí. Le sonreí a la sonrisa, le sonreí a São Paulo. A São Paulo, ciudad que de a poco se muestra, en portugués, de costado, con burlas, pasajes y subidas. Gris y con sol, de bullicio y torbellino. Con sus detalles. De risa. De sonrisa.

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