Viaduto Santa Ifigênia


São Paulo está repleta de viaductos.
Fue una de las primeras cosas en las que reparé cuando conocí la ciudad ya que en Buenos Aires (donde crecí y viví la mayor parte de mis 26 años) casi no los hay.

Quizás es por la forma ondulada que tiene São Paulo, por estar sobre morros, por las avenidas-autopista que atraviesan su malla urbana, por la necesidad de unir puntos relativamente distantes y así facilitar los accesos, no lo sé.

De todos los viadutos que fui descubriendo, hay uno que siempre me llamó más la atención que el resto: el Viaduto Santa Ifigênia.

Su color amarillo, la estructura metálica, su estilo art nouveau y esos firuletes en las barandas me trasladan a otra época cada vez que lo contemplo. Plena disonancia con el resto del paisaje urbano.

Sus 225 metros fueron construidos entre los años 1910 y 1913 con piezas traídas desde Bélgica para ligar el Largo São Bento y el Largo Santa Ifigênia. Para entonces ya existía el Viaduto do Chá y de esa forma el Viaduto Santa Ifigênia se convirtió en el segundo de la zona del Vale do Anhangabaú. Su objetivo inicial era facilitar el tránsito de los autos, carruajes y tranvías que se movían por la zona, para años más tarde convertirse en un paso exclusivamente de peatones.

Los días de semana está siempre abarrotado de personas caminando, cruzando de lado a lado, porque está ubicado en una de las zonas más céntricas de São Paulo: como dije antes, se encuentra en pleno Vale do Anhangabaú, al lado del Monasterio de São Bento, cerca de la zona comercial de la Rua 25 de Março de un lado, y la Rua Santa Ifigênia del otro, y a pocos metros de la Torre del Banespa y del Edificio Martinelli. Llegar allí es realmente sencillo ya que la estación de metrô São Bento (línea 1 azul) se ubica en ese mismo sitio.

En contraste, testimonio de otra época, con ese amarillo metálico y un encanto singular, transitar el Viaduto Santa Ifigênia, merece ser parte de todo recorrido por São Paulo.


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