La semana pasada por un mini-trabajo que estoy realizando viajé a dos pueblos del interior de la Provincia de Buenos Aires. Como ustedes saben este blog se llama De postales urbanas y si bien tiene algunos post sobre no-ciudades, por el momento la gran mayoría busca retratar las tantas aristas que toda metrópoli muestra.
De postales urbanas, el nombre no es casual… Yo amo las ciudades grandes! Me encantan, me intrigan, me fascinan. Me atrapan, me deslumbran, me desbordan. Mismo conté en este post que estoy escribiendo mi tesina de grado sobre un tema relacionado a Buenos Aires y sus representaciones.
La mayor parte de mi vida la transité en una megalópolis como es Buenos Aires: muchedumbre, diversidad cultural, tránsito, arte urbano, amontonamiento, edificios, gente, negocios, luz de noche, cafés, movimiento, ruido, jacarandá y calles angostas. Mutación constante.
Pasé una temporada de casi seis meses en São Paulo (qué decirles…) y otra más corta en Frankfurt. Sólo una vez viví fuera de la ciudad, fue en el 2006; pasé un año en Langenhain, un dorf (pueblo) en la región de Hessen, Alemania. Todavía recuerdo el desconcierto que sentí los primeros días, entre el alemán, mi tarea de niñera (fue un intercambio de Au Pair) y ese pueblo minúsculo para mis medidas porteñas. Bosque a la redonda, saludar a los vecinos y el ómnibus que sólo pasaba de lunes a sábado por la tarde. No había negocios (sólo una panadería y un minimercado), no había cine pero sí mucho verde y casas preciosas. Langenhain era así, una no-ciudad. Y para mí, una experiencia inolvidable.
Durante los últimos meses en Brasil, fuimos un día con mi novio a un pueblo que queda en el interior del estado de São Paulo. Amparo, así se llamaba el pueblo. Siempre quise escribir un post para este blog que se llamase “Amparo en el interior de São Paulo”, jugando con el nombre del lugar y para describir la sensación que sentí aquella tarde de junio: amparo. Frente a todo el aturdimiento y locura de São Paulo, esa tarde me sentí amparada por las callecitas de adoquines, entre edificaciones de impronta portuguesa y el sol del pseudo-invierno brasilero en un cielo celeste pleno. Amparo parecía salido de un cuento y nosotros habíamos llegado casi por casualidad (mi novio tenía una competencia de judo ahí). Era diferente al resto de sitios que conocía. De otro tiempo, de otro ritmo. Volví encantada. Recuerdo el viaje de vuelta charlando con mi novio sobre cómo sería vivir en un lugar así… dar vuelta el tablero (el tablero urbano) y cambiar de aire, de lógica. Ese día terminé convenciéndome de que lo mismo que me gustaba de Amparo, de vivir fuera de una gran ciudad, a la larga me iba a agobiar: el no-ruido, las no-millones-de-personas, la no-locura-urbana, la no-agitación-diaria.
Y ahora esa misma sensación… La semana pasada estuve una tarde en Lobos y otra en San Andrés de Giles, ambos pueblos de la provincia de Buenos Aires. Calles desiertas, plazas encantadas, árboles de tilo y la amabilidad de las personas. El aire corría, tranquilo, y en la ruta había perfume a eucalipto. Los negocios cerrados al mediodía y abuelos sentados en bancos charlando a la sombra. Todo respondía a otro tiempo, distinto del mío en Buenos Aires. Y sólo estábamos a pocos kilómetros, a algunas horas de distancia. Otro ritmo, otra lógica interna a la que no estoy habituada.
Me fui con la sensación de que ellos, los no-atrapados-por-la-gran-ciudad, eran más felices que yo. Que de alguna forma la vida –al menos en Buenos Aires– está tomando un rumbo desesperado del que a veces siento ganas de huir, pero del que al mismo tiempo no puedo imaginarme fuera. Sigo con esa incertidumbre, esa ambigüedad, de pensar si sería o no capaz, si sería o no feliz, viviendo en un lugar que no fuera una metrópoli. ¿Tan percutida, tan modelada a la ciudad estoy?. ¿Tan amalgamada, tan dependiente que no me siento capaz de salir fuera de su lógica cada vez más vertiginosa y absurda?. No lo sé. Y en todo caso, ¿podrá esa ciudad que tanto amo parar por un segundo y recalcular su camino, su ritmo?. Tampoco lo sé.
DATOS ÚTILES – CÓMO LLEGAR
A Langenhain (desde Frankfurt, Alemania) – 28 km aprox.:
Desde la estación central de Frankfurt (Alemania) se puede viajar con el S-Bahn 2, en dirección Niedernhausen (son unos 20 Minutos) hasta la estación Hofheim am Taunus. Allí tomar en la terminal principal el Bus 403 hasta Langenhain (10 Minutos). Horarios en: http://www.rmv.de
A Amparo (desde São Paulo, Brasil) – 143 km aprox.:
Yo fui en auto pero esta empresa hace el trayecto São Paulo-Amparo en ómnibus: http://www.institucional.fenixfacil.com.br
A Lobos (desde Buenos Aires, Argentina) – 105 km aprox.:
Desde Buenos Aires hay un servicio de combis (http://www.lobosbus.com.ar) que sale de Callao y Mitre. Sale $80 (precio diciembre 2013) y demora casi 3 horas.
A San Andrés de Giles (desde Buenos Aires, Argentina) – 110 km aprox.:
Desde Buenos Aires la empresa La estrella hace el trayecto en micro desde la estación de Retiro. Demora tres horas y sale $58 (precio diciembre 2013). Otra opción es ir hasta Luján con el colectivo rápido 57 ($16,50) y de ahí tomar un colectivo de línea que llegue a San Andrés de Giles ($4,30).
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