Generalmente me parece surrealista cómo puedo en el mismo día estar desayunando en mi casa de São Paulo, ir a trabajar y luego -como por arte de magia- aparecer sentada en la mesa de la cocina de mi familia en Buenos Aires, charlando con ellos mientras comemos alguna cosa antes de irnos a dormir. O cómo puedo compartir un día entero con ellos, caminar por las calles de Parque Chas y más tarde a la noche estar cepillándome los dientes en mi casa paulistana antes de irme a descansar. Eso, para mí, se llama volar.
Y volar en todos los sentidos. En el literal de tener que subirme a un avión y quedarme sentadita por casi tres horas en mi butaca sin moverme, hojeando las revistas de las aerolíneas para pasar el rato, dormitando, leyendo páginas perdidas de algún que otro libro o colocando el iPod en random para escuchar canciones aleatorias. Y también está el sentido surrealista, en el que tiempo y espacio se reorganizan de forma caótica a toda velocidad, intentando trasladarme de un lugar a otro y dejándome en una especie de limbo momentáneo. Dónde estoy, quién soy, con quién estoy, qué hago acá.
Mi hogar en este momento está en São Paulo, no tengo dudas. Una familia de a dos con el compañero que amo. Compartir y reír, como sinónimos de ser feliz. Y la ciudad se volvió cómplice, una amistad nueva de esas que sabés que va a durar para toda la vida. Buenos Aires, la cuidad de siempre, la familiar, la de las veredas conocidas, pasó a un plano paralelo. De sentirse participante ocasional, de crear puentes virtuales y de vivir estadías intensas. Y eso, a veces, suele sentirse extraño.
Seguro que no soy la única persona que pasa por este tipo de situaciones. Que debe ser bastante común para todos los que decidimos mudarnos, alejarnos de nuestra zona de confort, cambiar de ciudad, de país, de galaxia. Convivimos con una identidad bipartita (o tri, cuatri, etc.), somos de aquí, somos de allá, somos de acá. En verdad, somos en donde somos. Donde podemos ser, donde nos dejamos ser.
¿Por que estoy escribiendo todo esto? Porque hoy a la madrugada volví de Buenos Aires después de pasar tres días allá y estas palabras están intentando organizar el vuelo que empezó antes de viajar y que no termina aunque mis pies estén en el suelo de São Paulo.